15 enero 2012

Un sorbo de razonamiento


Tengo mucho tiempo esperando en la madrugada esa aplazada visita, por lo regular me dan hasta las cuatro o cinco de la mañana.

Lleno un vaso con whisky, con el primer sorbo recuerdo esa vez sentado en la sala de casa de mis padres con un cigarro (sin filtro por cierto) departiendo con uno de mis mejores amigos, ya hace bastante tiempo de ese diciembre cuando contaba con tan solo diez y seis agostos en mi haber.

En aquel entonces las paredes sonaban diferente, los sonidos tenían otras texturas, la lluvia no tenía tantas marcas y la piel no se sentía tan fría.

Al recordar ese día me pregunto por qué no hice tal cosa por esa otra. Debí vivir más y pensar menos en lo quería ser, de cualquier manera, al final terminé siendo lo opuesto con lo que comulgaba en esos tiempos.

Y pensándolo bien no salió tan mal, el hecho de cambiar la jugada ha sido por lo menos más divertido, en ocasiones perdí el control, otras tantas terminé de cabeza, el peor de los escenarios pudo haber sido terminar en una cripta compartiéndola con mis anhelos frustrados.

Un sorbo más de razonamiento.

Pienso en mis amigos y sus causas, fui testigo de muchas de ellas, esa tranquilidad que da vivir en un puerto seguro, esa cordura disfrazada de confort, cuando los veía tan estables me daba un sentimiento de vacío que me obligaba a lanzarme por el muelle y buscar la ola que me alejara de esa cotidianeidad que sabía terminaría por enloquecerme.

Navegando por el mar que mi propia incertidumbre creo, encontré esta tierra, donde aparentemente tengo todo, este lugar que huele a neblina recién tostada y sabe a café recién caído del cielo, me he enamorado de las conversaciones de este lugar, de su peculiar forma de vivir, de sus calles desiguales, de su clima, de lo colorido de sus huertos, veo a la gente que vive sin mayor preocupación y de cierta manera creo que ya es tiempo de quemar las naves, ya me cansé de navegar, ya es tiempo de anidar en la misma cotidianeidad de mis amigos.

Otro sorbo y el reloj sigue con sus interminables vueltas.

Sigo pensando en los besos y abrazos que no he tenido tiempo de dar y que según tengo pactado en el contrato de arrendamiento de esta vida tengo que entregarlos antes de la fecha de vencimiento del mismo.

Pienso que no quiero pasar un solo día sin el sonido de tus ojos y el color de tu voz.

El whisky se termina con este último pensamiento.

Quizás hoy venga el diablo y nos tomemos esta botella de vino tinto que tenemos pendiente y quizás volvamos a andar esos caminos que alguna vez recorrimos…

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