11 marzo 2011

La timidez



Acariciar con la mirada, estar, observar, amplificar los detalles, los colores, el sonido de su risa y el perfume de su piel, ordenarlo en tu subconsciente de manera inconsciente y guardarlo.

Sin pensarlo te levantas de tu escritorio y vas hacia ella, te colocas detrás de su silla, no te presta atención, pero te sabe ahí y te deja estar.

Los sentidos se agudizan, ves la piel desnuda de su cuello, sientes la imperiosa necesidad de tocarlo, de recorrerlo con tus dedos, de acercar la nariz, percibir nítidamente su olor y dar un beso delicado, terminando en un suave mordisco.

Sabes que no es lugar ni momento oportuno. No es lugar, no es momento. Aún no, te repites una y otra vez mientras regresas a tu escritorio, tu razón triunfa de nuevo sobre tu deseo. Tu cobardía disfrazada de timidez vuelve a ganar la batalla, y pospones la invitación a salir para un mejor momento.

Y mientras te acomodas en tu silla ella voltea y te sonríe como preguntando ¿que hizo que te arrepintieras?, ¿acaso no notaste como temblaba?, no supiste la tremenda humedad que provocaste con tu sola presencia en su ropa interior.

Te limitas a devolver la sonrisa y piensas que es hora de seguir con tu trabajo, por hoy ya has alimentado tu deseo.

1 comentario:

Constanza dijo...

Lo prohibido, así como las malas compañías en ocasiones suelen ser las mejores...