La solitaria figura se vislumbra sobre el campo, entre los sembradíos, mientras los pájaros que debe asustar se posan, tranquilamente, sobre el raído sombrero de palma.
Se le puede observar desde la casa. Lleva años ahí, con su cabeza de tela rellena de aserrín podrido y el cuerpo formado por dos palos y ropa vieja rellena de paja, con los brazos en cruz y la cara burdamente fabricada con retazos de tela descolorida.
Ha nacido para el miedo, pero inspira sonrisas y lástima. Los niños, en verano, le tiran tierra y piedras, los pájaros lo han cubierto de excremento, ahora seco y endurecido por los rayos del sol inclemente, que todas las mañanas cae sobre él.
Soporto todo hasta hoy en que el cielo se puso negro, y el granjero recorrió el campo con el impermeable puesto, y al pasar junto a él se rió.
Se rió mientras murmuraba, con alegría perversa:
-A ver si la tormenta por fin te destruye, hilacho de paja.
Eso fue el colmo. Por eso, cuando el granjero se fue a guarecer de la lluvia que se aproximaba y las primeras gotas cayeron sobre el ala sucia del sombrero, supo que había llegado el final.
Eran años. Años de lluvia y viento, años de excremento, años de picotazos, años de pedradas, sequías e inundaciones, años de humillación.
Como puede abandona el poste, camina con dificultades y trastabilla sobre sus piernas de madera, una más larga que la otra.
Cruza el campo, con el cielo negro tras su espalda y la lluvia arreciando encima de la decolorada cabeza de paja. Va hacia la casa del granjero.
Ha nacido para el miedo y piensa demostrarlo.
1 comentario:
me dió escalofríos… muy bueno.
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