Aquí estoy, tal cual, de aspecto desaliñado, dejando en el armario el disfraz que de lunes a viernes me sirve de fachada, barba de tres o cuatro días, una gorra color camello, jeans rotos, las viejas botas crucero que han estado conmigo desde hace trece años, los lentes obscuros que disimulan unas ojeras dignas del mítico personaje de Bram Stoker y como tal el corazón atravesado por una estaca.
Cinco días de sonrisas, saludos, llamadas telefónicas y esa carretera que se extiende y se antoja interminable, cinco días desperdiciados, cinco días que no te tengo.
Recuerdo tu cabello sobre la almohada, un sorbo más de razonamiento, suena y vuelve a sonar esa vieja canción que me hace recordar la primera vez que te vi, humedezco tu imagen en un vaso de whiskey (como si se tratara de la ostia durante la comunión), me reanimo, me tomo la vida a sorbos como un café.
Es sábado, por la noche me refugiare en la cantina más vieja del lugar y recordare una vez más los motivos por los cuales te fuiste de este pueblo de mierda (así solías llamar todo lo relacionado con esta vieja ciudad).
Es de noche y las estrellas asemejan velas se que se mueven al compás del viento, hay gritos mudos que salen de las ventanas, coladeras que rompen la monotonía del suelo, arranques infructuosos de amantes frustrados, esta no es la vida que soñamos, no es la vida que te robaste, es la vida vacía de luz, de alegrías, de sueños que redunda en tristeza, desencanto y lágrimas, donde cada día es un temporal de truenos, granizo y resequedad espiritual.
Aún quedan un par de meses en el calendario, quizás pueda curarme, y quizás, se abra el cielo, el aire circule por mis pulmones, el cabello deje de estar lleno de lluvia, la herida cicatrize y aunque tenga que llevarla toda la vida solo serás un mal recuerdo y al fin la amargura que dejaste aquí, sea tu amargura.
Y que pare el dolor.